16-01-1892 – El Nuevo régimen
EL PAPA LEON XIII
Era preciso que la política del Vaticano cediese á la progresiva influencia de los tiempos. Se considera al Sumo Pontífice representante de Dios en la tierra.
Es, pues, el suyo el más alto de todos los poderes. De Roma había de venir por fuerza el último modelo de la política del siglo decimonono.
Cuando alumbren la tierra los primaros albores del siglo venidero, hallarán nuestros hijos cambiado el mundo.
Ya no habrá apóstatas.
Por las modernísimas teorías de ilustres caudillos españoles, la evolución es la forma en que la sabiduría se manifieste, y un hombre puede, sin faltar en lo más levé, ni a su historia, nia sus compromisos políticos, hacer en un día cuantas evoluciones guste.
Será, sin que á nadie asombre, monárquico por la tarde el que era republicano por la mañana. Tornárase hombre de gobierno el que se preciaba horas antes de anarquista; y hasta se dará el caso de que considere el país prestados gratuitamente los servicios de aquellos empleados á quienes se asigne en el presupuesto elevadas retribuciones.
Llamaban nuestros abuelos traidor al que después de sustentar y defender unas ideas las abandonaba súbitamente por otras. ¡Grande error era el suyo!
Gracias á las luminosas teorías del Sr. López Dominguez y de otros muchos López, pueden ya hoy los tratadistas de derecho público sostener todo lo contrario. Se creía antiguamente que los sueldos de los ministros eran justo pago de las muchas vigilias que pasaban. El Sr. Romero Robledo acaba de demostrar al país que las economías que realiza compensan con exceso la partida de su haber, y que puede por esta razón considerarse que ha entrado gratis en la conjunción- conservadora. Faltaba á una de estas modernísimas afirmaciones la sanción de poderes más altos que los de las Cámaras y los de los reyes. Sabíamos ya por los cánones de la Iglesia que el clero todo se dedica gratuitamente al ejercicio de su ministerio. Era ya para nosotros verdad inconcusa que el Santo Padre, preso en el Vaticano, vivía pobre y rodeado sólo de algunos cientos de amigos que por amor le atienden y le sirven. Estaba ya para nosotros fuera de duda que las pagas de los obispos no son tales pagas, sino miseras limosnas que el Estado deposita en las sagradas arcas, para evitar que la Iglesia vea morir de inanición á sus sabios directores. No puede extrañarnos, ni sorprendernos por lo tanto, que los ministros de la nación supongan, á pesar del sueldo que disfrutan, gratuitos sus servicios. Lo que sí necesitaba confirmación era lo de laa evoluciones, y á fe que la ha alcanzado cumplida, tan cumplida que ya, á pesar de las unidades por la Iglesia predicadas, puede la fe política, no sólo dentro de un pueblo sufrir cotidianos cambios, sino también en un mismo individuo, según se trate de unas ó de otras naciones. Es decir, que desde hoy podremos ser republicanos si hablamos con un natural de Francia, monárquicos constitucionales si con uno de España, absolutistas si con uno de Rusia. Su Santidad León XIII ha descubierto este nuevo modus vivendi, ó mejor dicho, modo de vivir con todo el mundo. Cuando el multado Obispo de Carcasona dijo hace pocos días en el Vaticano que los católicos no podían llegar á la república, el Papa le contestó: “Pues, sin embargo, quiero que lleguen.” No es, como se ve, que el Santo Padre respete las instituciones que cada pueblo, en uso de su autonomía, se ha dado, pues la Iglesia no reconoce esa autonomía, sino que manda que los católicos sean en Francia republicanos, porque le parece que la república es una gran cosa cuando de franceses se trata.
En España deben en cambio los católicos ser absolutistas, sin perjuicio de variar de opinión si la repúbUca se proclama y sólidamente se constituye. Romero Robledo no puede estar quejoso. Su Santidad ha resultado un reformista en toda regia. Falta sólo que declare el Papa que los ingleses hacen muy bien en ser protestantes. Porque no es tampoco que Su Santidad se contente con que los católicos se aparten por completo de las luchas políticas.
Desea, quiere que sean en Francia partidarios de la república. lEn buen apuro le pondrían las naciones, si todas reunidas le preguntasen por sus personales ideasl Se vería precisado á confesar que no tiene ningunas.
F. Pi y Arsuaga